sábado, 8 de mayo de 2010

Día de la Madre


Han pasado casi tres meses. Desde que mi abuela, la señora Hortensia Hurtado López, dejó este mundo, entendí que el color de los días se torno huérfano y que las alegrías jamás serían las mismas. A sus 96 años, decidió que ya no quería ser un roble, y se convirtió en un ser humano. Comprendió que había llegado el momento de abandonarnos, algo que nosotros, su familia, jamás comprendimos.

Este pequeño párrafo es tan solo uno de tantos casos y situaciones que solemos vivir. Si tuviéramos que recopilar las expresiones maternales de todos los seres humanos en un breve folio, el adjetivo breve sería abstracto.

¿Y por qué hablar de mi abuela? Yo me pregunto, ¿y por qué no hacerlo? ¿Acaso una abuela deja de ser madre? Pues claro que no, estimado lector, una abuela jamás deja de ser una madre, sobre todo, cuando los hijos se van y dejan en ella un vacío misterioso, en el que se combina la satisfacción con la nostalgia. Tal vez por las razones que expongo, exista el Día de la Madre.

La historia nos dice que una muchacha de Philadelphia en los Estados Unidos, decidió enviar una serie de cartas a diversas autoridades en las que argumentaba las razones de su pedido. Pero ¿cuál pedido? Pues nada menos que la creación de un día para las madres. La fecha: el segundo domingo de mayo, fecha en la que falleció su madre.

El pedido fue tomando cuerpo y, hoy en día-en diversos países del mundo-las madres gozan de un día. Ingrato regalo, a mi juicio, pues qué mejor que regalarle todo el calendario al primer amor; aquel amor eterno e inolvidable, parafraseando la canción del mexicano Juan Gabriel.

Pero al margen del amor, no hay que olvidar que una madre también merece respeto, el cual no debe tener un origen por obligación, miedo o costumbre. Y, como pasar por alto, tal vez un error que muchos hijos, hijas, nietos y bisnietos olvidan: la gratitud.

Denle a sus madres una vida digna, no basada en regalos, sino en momentos. El tiempo que compartimos con ellas es el mejor regalo que esperan. Recordemos que cuando envejecen, se vuelven como niños, y lo menos que podemos darles es la misma paciencia que nos tuvieron desde que nacimos. Paciencia que espero haberte tenido, Mamatenchita